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LOS FOTÓGRAFOS DE "EL SOL" (II).

Por Mario Mora Legaspi 

Continuando con el tema, muchos de ustedes se preguntarán porque me sé de memoria los nombres completos de quienes fueron mis compañeros del departamento de fotografía de El Sol del Centro. Y disculpen si sigo escribiendo en primera persona, pues la narración lo amerita. 

La respuesta es sencilla, a un servidor le correspondió en mi calidad de Jefe de Información, a partir de 1982 y durante varias décadas, de lunes a domingo, elaborar los pies de grabado (así se les decía antes) y ahora pies de fotos, es decir, los breves textos que aparecen en la parte inferior o lateral de cada imagen. Y una norma era acreditar con su nombre al autor de cada imagen que se publicaba en la Sección local, de tal suerte que a fuerza de hacerlo a diario me los tuve que aprender, si bien por razones de espacio solamente se utilizan el nombre propio y el primer apellido de quien captó la fotografía. 

Recordamos con mucho cariño al gran José Guadalupe Méndez Alcaraz, hombre bueno y bonachón, quien adoptó a esta capital como su segunda tierra. Venía procedente de la vecina ciudad de San Luis Potosí, donde vio la primera luz. Hizo sus pininos como reportero gráfico en el diario hermano El Sol de San Luis, al lado de uno de sus hermanos mayores quien era fotógrafo de dicho periódico. 

Al conocer que había una plaza vacante de fotógrafo en Aguascalientes, específicamente en El Sol del Centro, no lo pensó mucho y se vino a esta tierra para trabajar, dejar huella, crear una familia y verla crecer, para después morir con la satisfacción del deber cumplido y de una vida completa. 

“Menditos”, como muchos le decían, aunque un servidor prefería la mayoría de las veces hablarle por su nombre José Guadalupe, fue un periodista gráfico que olía la noticia, versátil y avezado, que incluso se atrevió muchas veces a escribir sus reseñas para ser publicadas en las páginas de El Sol. Con estudios de preparatoria terminada, se había formado sobre todo en la “universidad de la vida” y era voraz lector de diarios y de libros. Estaba al tanto de lo que ocurría en Aguascalientes, en México y el mundo. 

Nada se le escapaba a José Guadalupe, además de ser bromista y platicador. Casi siempre con la sonrisa a flor de labio, tierno y cortés con las mujeres y muy afable con los varones. Muy educado y disciplinado, si bien le fascinaba hacer desatinar a sus compañeros reporteros al ignorar deliberadamente tal o cual ubicación de algún evento programado o de algún suceso que se presentó de pronto. 

Junto con él, en mis primeros meses como reportero, cubrimos las históricas inundaciones de Encarnación de Díaz, Jalisco, la noche del 14 de agosto de 1973. Sin medir el peligro, con el agua que le cubría arriba de la cintura, tomó fotos del desastre provocado por el agua, mismas que aparecieron en la edición del día siguiente. Y ambos fuimos a diario al lugar del desastre por espacio de 15 días y después una o dos veces a la semana. 

La calidad de su material nunca fue motivo de discusión. Se caracterizaba por su intuición periodística, hasta puedo decir que adivinaba el momento de captar la instantánea oportuna. 

Méndez, junto con Nabor Santoyo y Luis Almanza, integraron un gran equipo de trabajo, pero también un trío de pingos que hacían ver la suya a varios de sus compañeros. Uno de sus víctimas fue el gran reportero Juvenal García Muñoz, quien siempre andaba de traje, periodista de cepa y entregado por completo al trabajo informativo. Tengo grandes recuerdos de Juvenal o de Juvencio -como le llamaban cariñosamente algunos-. Juvenal era pulcro en su escritura y con un estilo inconfundible. 

Juvenal tenía la costumbre de llevar de vez en cuando una botella de medio litro de tequila Viuda de Romero, que introducía al periódico entre sus ropas y que escondía en el depósito del agua de algún WC en el sanitario para caballeros. Lo hacía para no beber dentro de la redacción y lo descubrieran, por eso mismo no la guardaba en su escritorio. Así las cosas, Juvenal desde que llegaba a escribir sus notas al filo de las dos y hasta las cinco o seis de la tarde iba cada 15 ó 20 minutos al baño para ingerir un trago de tequila a pico de botella. 

Pero alguno de los tres fotógrafos, por casualidad, descubrió el escondite secreto de Juvenal. Y cualquiera de ellos, cuando encontraban la botella en el depósito del agua, ni tarde ni perezoso, sacaba la botella y la rellenaba de agua de la llave, así que cuando Juvenal acudía a tomar otro buche de tequila se daba cuenta de que ya estaba “bautizada” y regresaba furioso a su máquina de escribir vociferando una que otra palabrota. 

Juvenal culpaba a los fotógrafos y con justa razón, pero éstos se hacían los desentendidos y le aseguraban no saber nada al respecto, pues ellos eran unas “blancas palomas”. Pero la broma se hizo recurrente y constante, casi como un cuento de nunca acabar, y a pesar de que Juvenal cambiaba de depósito de WC, Méndez, Nabor y Luis seguían con la travesura.