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LOS FOTÓGRAFOS DE "EL SOL" (VIII)

Por Mario Mora Legaspi

Ahora recordaremos, también con nostalgia, a Alberto Morales Magdaleno, ejemplo claro de espíritu de superación. Confieso que no conozco sus orígenes ni cuáles fueron sus labores anteriores que tuvo en Aguascalientes.

Llegó a radicar a esta capital, procedente de su natal Irapuato, Guanajuato, donde todavía radica gran parte de su familia. Alberto se vino a vivir a Aguascalientes en busca de mejores oportunidades.

Vivió varios años por el rumbo de La Purísima, al lado de su esposa, hijas e hijos. Allá por principios de la década de los noventas, no recuerdo el año exacto, ingresó al periódico como operador de las unidades motorizadas de El Sol. Incluso él era uno de los encargados de repartir los ejemplares del día a los distribuidores para su posterior venta al público, por lo cual se tenía que levantar todas las madrugadas al filo de las 04:30 horas para hacer dicha labor, sin importar el frío, calor o la lluvia.

Pero Alberto no se conformaba con el trabajo que desempeñaba y se acercó a los reporteros gráficos del Diario para expresarles que deseaba aprender de fotografía. Fue así como abrevó de buenos maestros, con sacrificios compró su propia cámara y de esta manera comenzó a hacer sus pininos. Alberto aprendió en la línea de fuego y debido a su empeño y aprendizaje, tiempo después se le dio la oportunidad de incorporarse al departamento de fotografía de El Sol del Centro.

Alberto era una persona bonachona y disciplinada, aunque con el paso del tiempo se volvió gruñón, primero por el inesperado deceso de su esposa y luego por sus enfermedades derivadas de la diabetes. Años más tarde formalizó relación de pareja con una compañera del periódico. Ambos se fueron a vivir juntos y tuvieron una niña.

Si bien era un poco renegón, no dejaba de cumplir las órdenes de trabajo, por lo que se convirtió en un elemento confiable y en un buen compañero de trabajo.

Era apasionado de los deportes, pues siempre fue el primero en levantar la mano al momento de cubrir los principales encuentros deportivos, como los partidos de Panteras de Aguascalientes, de los Rieleros en el parque “Alberto Romo Chávez” sin importar que fueran los domingos por la tarde y no se diga los compromisos del Necaxa en el estadio Victoria, así llegara casi a la medianoche al periódico para entregar las fotos del cotejo.

No le disgustaba cubrir local, sociales, cultura, publicidad o policía, pero se inclinaba mucho por la sección deportiva. No fueron pocas las veces que me pedía que lo dejara en deportes, pero el esquema de trabajo fijado por el director era rolar a los reporteros gráficos cada 15 días y un servidor no podía tomar una decisión de esa naturaleza. Le respondí que hablara este tema con el director, pero nunca lo hizo.

Pasaron los años y la diabetes comenzó a causar estragos en su organismo, además de que Alberto no ponía mucho de su parte para enfrentar la enfermedad, por lo que tomó la dolorosa decisión de pensionarse y separarse del periódico. Se refugió en su hogar y se deprimió por completo, de esta manera dejó de luchar y finalmente perdió la batalla.

Uno más que se fue a tomar fotografías al reino celestial.

Finalmente, con sentida emoción nos referiremos a Rafael Peña Fernández, nuestro querido Rafita, quien falleció hace apenas unas semanas luego de estar postrado en cama por espacio de varios meses. A pesar de su delicado estado de salud, nunca perdió la tranquilidad y la paz espiritual que le distinguían. Sin importar sus dolencias y malestares, debo decirlo, siguió siendo el mismo de siempre, pues no perdió la compostura ni el optimismo, mucho menos su don de gente.

Hablar de Rafa Peña es evocar al compañero y amigo entrañable. Ambos hicimos mancuerna o equipo de trabajo por aproximadamente dos décadas. Juntos íbamos a buscar la noticia y a cubrir conferencias de prensa, sesiones de trabajo, entrevistas, actos oficiales, etc.

Ah, pero eso sí, primero teníamos que almorzar, para lo cual nos citábamos a temprana hora de la mañana, Primero era comer que ser cristianos, como se dice. Esto era de lunes a viernes, excepto los jueves por ser su día de descanso.

De esta manera, Rafa me llevó a conocer no pocos lugares para almorzar sabroso, desde la birria, menudo, tacos de bistec, de lechón, hígado o de cabeza, hasta las gorditas de huevo, chicharrón, tinga, rajas, frijoles, etc. O las tortas de carnitas, de chorizo, jamón, queso de puerco o cubanas por avenida Independencia a espaldas de la Prepa de Petróleos o las famosas de Don Chuy en La Purísima.

También los tacos con salsa de molcajete en un puesto ubicado a una cuadra de la Central Camionera y de otro expendio de tortas y tacos de carne enmolada a un costado de una gasolinera cercana a la misma terminal de autobuses foráneos. Y cuando teníamos ganas acudíamos a los tacos de canasta o a los de colores. Nuestro estómago era universal.